Alisa es una niña de cuatro años y su crecimiento y desarrollo han sido normales. Sin embargo durante el último año ella ha tenido episodios de otitis media que no parecen haber mejorado a pesar de haber recibido aparentemente el tratamiento antibiótico adecuado. Ha faltado a muchas consultas y su madre no ha llamado para cancelarlas o reagendarlas. En la reunión de casos mensual, la situación fue discutida y se tomo la decisión de que la Dra. S hiciera una visita domiciliaria.
La familia
vive en un apartamento en un barrio de bajos ingresos. El edificio dispone de
ascensor pero sus corredores son oscuros. El apartamento de la familia en
cambio es luminoso y prolijo. Cuando la Dra. S tocó el timbre fue cálidamente recibida
por la Sra. M y sus tres hijos, que no habían concurrido a clase ese día. En el
transcurso del intercambio a propósito de situación familiar y los problemas de
salud, la Dra. S preguntó donde dormían los niños, ante lo cual la Sra. M le
mostró espontáneamente el apartamento. Cuando se sentaron en la sala con un
café que había preparado la Sra. M a conversar, la Dra. S notó una puerta
cerrada próxima al dormitorio y preguntó de qué se trataba aquella habitación.
M se ofreció a mostrarle y abrió la puerta. Sentada en una esquina del cuarto
se encontraba una anciana de blanco cabello, meciéndose hacia adelante y atrás
y hablando sola. Unos pocos minutos de observación convencieron a la Dra. S que
la mujer, la abuela materna, estaba alucinando.
La intervención
del trabajador social propuso y resolvió una apropiada institucionalización de
la abuela.
El problema
de oídos de Alisa, que persistía debido a la distracción de la Sra M ocasionada
por la esquizofrenia de su madre y la consecuente incapacidad para focalizarse
en los tratamientos prescritos a su hija, pudo resolverse.
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