profesional independiente al que paga directamente "su" clientela, por acto, en el momento. Lo más
frecuente es el médico que trabaja por cuenta ajena, con dedicación parcial o plena.
En estos casos, el médico tiene, al menos, "dos cabezas" (4). Una atiende a la organización sanitaria
(y a toda la sociedad) y otra al paciente concreto en su consulta. La decisión médica tiene que
encontrar un óptimo entre la irracionalidad técnica (todo para la organización) y la irracionalidad
romántica (todo para el paciente) (5).
En todo caso, parece que los médicos son capaces de encontrar ese óptimo, ese punto en el que los
pacientes se sienten "casos personales" mientras que la sociedad reconoce su valía como
profesionales. Es decir, el enfermo no siente que los intereses de la sociedad se sobrepongan a los
suyos propios, al tiempo que la sociedad percibe que los médicos hacen un uso adecuado de los
recursos puestos a su disposición.
Pero los tiempos están cambiando y las intervenciones médicas son cada vez más poderosas, más
precoces, más variadas y aplicadas por más profesionales distintos. Se precisa establecer un nuevo
compromiso con la sociedad y los pacientes para ofrecer sólo lo que "vale la pena" en el caso
considerado y para la sociedad. Es decir, hay que ejercer una Medicina Armónica, con la ética de la
negativa y con la ética de la ignorancia (6).
Trabajar con la ética de la negativa supone decir "no" de forma apropiada y justificada, con
suavidad y cortesía, ante las solicitudes excesivas de pacientes y familiares, compañeros y
superiores. Hay quien quiere imposibles, y conviene saber decir "no", sin acritud, y con la tolerancia
que conviene al acto clínico, a la necesaria amabilidad imprescindible para mantener la buena
relación médicopaciente. A veces, por ejemplo, el paciente quiere una baja laboral injustificada,
otras una prueba innecesaria, o un tratamiento excesivo, o una citación absurda...Otras veces son los
gestores y políticos los que pretenden cosas como la colaboración en programas de cribado de
cáncer sin fundamento científico, o el uso de tablas de riesgo cardiovasculares absurdas, o la
prescripción en contra del mejor interés de un paciente concreto...
La ética de la negativa exige un enorme profesionalismo, un fuerte compromiso con la profesión y
con los enfermos, y un caudal inagotable de conocimiento científico
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