Tomado de No Gracias
Anatole Broyard fue periodista del New York Times y crítico literario. Muchos los recordarán por ser el que primero caracterizó a los hipsters, tribu que luego conformó la beat generation de Kerouac. Eso fue en 1948, el mismo año que murió, por un cáncer de vejiga, su padre. Este hecho marcó su vida, no solo profesional, sino personal: muchas de sus lecturas, críticas y ensayos giraron en torno a la forma en que el hombre se asoma al abismo de la muerte.
Anatole Broyard fue periodista del New York Times y crítico literario. Muchos los recordarán por ser el que primero caracterizó a los hipsters, tribu que luego conformó la beat generation de Kerouac. Eso fue en 1948, el mismo año que murió, por un cáncer de vejiga, su padre. Este hecho marcó su vida, no solo profesional, sino personal: muchas de sus lecturas, críticas y ensayos giraron en torno a la forma en que el hombre se asoma al abismo de la muerte.
Sin saberlo, este aprendizaje fue fundamental para que pudiera afrontar su propio destino. Cuarenta y un años más tarde fue diagnosticado de un cáncer metastático de próstata que se llevó su vida por delante 18 meses más tarde. Pero, fiel a sí mismo, encaró el proceso conservando su propio ‘estilo’ hasta el final, hecho que, sin duda, contribuyó a que su máximo deseo se hiciera realidad: estar intensa y genuinamente vivo cuando llegase su muerte.
Mercedes Pérez y Juan Gérvas lanzan en su libro “Sano y Salvo“ una provocadora pregunta: “¿Se puede tener una enfermedad grave y al mismo tiempo estar sano?”. ¿No son la enfermedad y la muerte incompatibles con la salud y la vida? Anatole no tiene duda. No se deja vencer por el pesimismo que acompaña a la palabra “cáncer”, pero al mismo tiempo reniega de la visión romántica de la muerte. “La enfermedad es ante todo un drama que debiera ser posible disfrutar a la vez que se padece”, afirma. Y a decir de su libro “Ebrio de enfermedad”, gozó con apetito de su enfermedad hasta sus últimos instantes. Socarronamente, reconoce que su actitud es “irresponsable”, pero se siente libre de hacerlo así, porque “una enfermedad crítica es como un gran permiso, una autorización o una absolución”.
Sus reflexiones ante la enfermedad y la deformidad del yo que ésta impone no son solo una reivindicación del poder del enfermo para reapropiarse del significado de su vida y de su muerte, de su salud y de su enfermedad, sino también severas lecciones de humildad y humanidad para todo aquel que se dice médico o quiera llegar a serlo. Muchas de estas reflexiones fueron compartidas por Anatole con estudiantes de medicina en un seminario de bioética de la universidad de Chicago tan solo seis meses antes de su muerte.
Anatole era, sin duda, un tío con cojones; o mejor: con la próstata bien puesta. Pocos pacientes se atreven a dar lecciones a los médicos. Y pocos médicos se dignan a escuchar cosas como que tendemos a obedecer ciegamente “la ley no escrita de que la muerte hay que negarla hasta que no esté certificada”.
Ahí van muchas de las frases –a veces como bofetadas, otras como leves súplicas-, que nos regaló Anatole Broyard. Hay que estar loco para no leer y releerlo al menos tres veces hasta que se queden grabadas a fuerza de repetirlas en nuestra memoria.
(Quiero) “alguien capaz de tratar el cuerpo y el alma”.
“Un médico con sensibilidad”.
“Me gustaría un médico que disfrutase de veras de mí. Quiero construir para él un buen relato, darle algo de mi arte a cambio del suyo”.
“Me gustaría que mi médico me palpase el espíritu además de la próstata. Sin algún reconocimiento, no soy más que mi enfermedad”.
“Yo no pediría a mi médico que me dedicase mucho tiempo: me conformaría con que rumiase mi situación durante acaso cinco minutos, con que me concediera todo su ser una sola vez, con que estuviera unido a mí durante un momento, con que examinase mi alma”.
“El relato del enfermo y sus percepciones forman parte de la literatura de las situaciones extremas”
“Morir o estar enfermo es en cierto modo poesía”
(Quiero un médico capaz de) “’leer’ mi poesía”.
“No creo que no haya ninguna razón por la cual los médicos no debieran leer un poco de poesía como parte de su formación”.
“El médico puede emplear su ciencia como una especie de vocabulario poético en vez de emplearla como una pieza de maquinaria, de modo que su jerga pueda convertirse en la jerga de una forma poética”.
“Sería más feliz con un médico ingenioso, que supiera apreciar la comedia además de la tragedia de mi enfermedad”. Y es que “en la enfermedad no todo es tragedia. Hay muchas cosas que son divertidas.”
“El trabajo de un médico sería más interesante y satisfactorio si se dejase entrar sin cortapisas en el paciente”.
“Si fuese capaz de mirar directamente al paciente, el trabajo del médico sería más gratificante. ¿Por qué molestarse en tratar con enfermos, por qué tratar de salvarlos, si ni siquiera reconocen su presencia? (…) ¿Cómo va a presuponer el médico que puede curar a un paciente si no sabe nada de su alma?”.
“Cuando aprenda a hablar con sus pacientes, el médico tal vez vuelva, por medio de la palabra, a tomar afecto por su trabajo. (…) Si lo hace, ambos podrán compartir –y muy pocos pueden compartir así- el asombro, el terror y la exaltación de quien está al filo mismo del ser, entre lo natural y lo sobrenatural”.
“A mí me gustaría sentarme con mi médico y conversar con él sobre mi próstata. Qué órgano tan curioso.”
“El pensamiento médico podría beneficiarse del uso de más libres asociaciones”.
“Que el paciente desarrollase sus propias estrategias, que se surtiese de todas aquellas cosas que el médico no le había recetado”
“Si tuviera que desmitificar o deconstruir mi cáncer, tal vez hallaría que no hay un diagnóstico absoluto (…), sino tan solo la interpretación que hagan cada médico y cada paciente”
“Como la tecnología me priva de la intimidad de mi enfermedad, la convierte en algo que no es mío, sino que pertenece a la ciencia, desearía que mi médico de alguna manera la “repersonalizara” para mí”.
“Es completamente natural que un paciente sienta algo de asco ante los cambios que impone en su cuerpo la enfermedad, y me pregunto si un médico innovador no podría hallar una manera de reconceptualizar esta situación”.
“El médico ha de acompañar al paciente en su salida del mundo de los sanos, y en su ingreso en el purgatorio físico y mental que le está esperando”.
“El médico tiene el cometido imposible de intentar reconciliar al paciente con la enfermedad y la muerte”.
“Lo que un enfermo crítico necesita, sobre todo, es que lo entiendan. La muerte es un malentendido que es preciso aclarar antes del fin”.
“El ambiente estilo laboratorio seguramente se puede atribuir a la idea de la asepsia, a la evitación del contagio. Originariamente, el paciente estaba protegido por la esterilidad del hospital. Solo que la esterilidad llegó a extremos excesivos: se esterilizó el pensamiento del médico”.
“Tal vez los médicos desalienten nuestros relatos”.
“Las explicaciones técnicas restan empaque al relato de la enfermedad”.
“Los médicos están acostumbrados a que sus pacientes les propongan falsos yoes, pero creo que a los médicos hay que enseñarles a reconocer y a aceptar el verdadero yo del paciente. (…) Uno ha de seguir siendo quien es” a pesar de la enfermedad. Que no te expropien de tu propia identidad, ni te despojes tú mismo de ella.
“Lo que importa es el paciente, no el tratamiento”.
“Acaso sea necesario que renuncie (el médico) a una parte de su autoridad a cambio de recuperar su humanidad, pero, como bien saben los viejos médicos de familia, éste no es un mal trato”.
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