Teresa es una mujer de 49 años. No la conocía mucho porque no habíamos tenido muchas oportunidades de encontrarnos en la consulta. Sana y trabajadora. Una mujer un tanto distante: correcta y seria.
No recuerdo muy bien el contexto de aquella consulta en la que nos vimos porque los síntomas relatados me llevaron a etiquetar inmediatamente el caso de gastroenteritis vírica. Sin duda ni vacilación le ofrecí los consejos dietéticos habituales, el tratamiento sintomático de su fiebre y su ligero dolor abdominal y la recomendación de abstenerse de acudir a su puesto de trabajo en forma de baja laboral.
Al cabo de unos días volvió su marido. De aquella consulta me acuerdo con mucho más detalle. Su cara de abatimiento y su gesto de recriminación me dejaron marcado. “Teresa está ingresada en la UCI” me dijo. Comprobé en el ordenador como el relato hospitalario hablaba de una sepsis en el contexto de meningitis vírica. Y capeé el temporal como pude cuando su marido achacaba a mi diagnóstico erróneo aquella situación. Intenté explicarle la complejidad de un diagnóstico así, la rápida evolución, la ausencia de síntomas de sospecha, el tratamiento de los cuadros víricos,… percibiendo la escasa efectividad de mis palabras. Lamenté el trascurrir de los acontecimientos y le expresé mi dolor por lo ocurrido.
Y cuando cerró la puerta de la consulta repasé cada una de mis palabras escritas en la historia clínica de Teresa. Ni el relato sintomático ni la exploración física ni las recomendaciones terapéuticas me hacían sospechar ningún error. Pero, como no estaba seguro de estar engañándome a mi mismo lo repasé una y mil veces y lo compartí con algunos compañeros que lo despacharon con un comentario sobre lo inevitable de ciertas circunstancias. Y aún permanezco en la duda.
Seguí con cercanía la evolución de Teresa en el hospital. Todo se resolvió sin complicaciones mayores aún cuando la evolución fue (o se me hizo) larga. Temí que Teresa no quisiera volver a mi consulta pero, no fue así. Volvió mucho más delgada y con una seriedad agravada. Cierta recriminación aunque de intensidad más baja, me hicieron repetir los argumentos y manifestar mi alegría por la evolución.
En todas las visitas posteriores recuerdo haberme sentido incómodo y, sin duda, poco objetivo a la hora de tomar decisiones. Pasando y re-pasando mis decisiones por la criba de la duda. Sorprendiéndome por ello ya que no suele ser una actitud muy presente en mí.
Así, sus miedos y su baja laboral se alargaron más de lo esperado y de lo recomendable porque no pude (o no supe) hacerlo mejor.
Nunca me atreví a retomar la cuestión, a preguntarle sobre ello, a conocer lo que en el hospital le dijeron, a interrogar sobre qué le hizo permanecer conmigo. Sin duda con miedo a reabrir mis propias heridas.
Todo esto me hace reflexionar sobre cómo restablecemos las relaciones tras los errores o las percepciones de error...
Sobre los precios que pagamos...
Lo que no nos atrevemos a decir o sobre lo que lamentamos haber dicho...
Y cómo y durante cuánto tiempo lo arrastramos en forma de inquietud o, lo que es peor, como ineficacia terapéutica...
Estoy convencido que habrá una mejor manera de hacer las cosas.
Dr Maxi Gutierrez
Tomado de SIAP 2015
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