“Hace ocho años decidí dejar de ejercer como médico de familia. Hacía cuatro años que había acabado la residencia, tenía dos niños pequeños, vivía a 40 kilómetros de mi lugar de trabajo y hacía meses que me despertaba con diarreas y taquicardia. Pensaba que no le aportaba nada a mis pacientes y que mis conocimientos eran mediocres. Trabajaba en lo que yo llamo “una fábrica de salchichas”, ahogada por las prisas, la masificación y las exigencias.”
Así es como empiezo muchas veces los talleres sobre #EducaciónEmocional, particularmente cuando los imparto a médicos residentes. Y este viernes se convirtió en el argumento de una interesante charla que duró cerca de una hora, a propósito de lo bueno que sería trabajar de otra manera, en otros lugares.
Pensar en “lo que sería si…” es un ejercicio interesante. De hecho, hace pocas semanas mis hijos y yo dedicamos un buen rato a pensar en cómo sería nuestra vida si nos tocara la lotería. Fue divertido, estimulante y nos llenó de energía… para luego traernos de nuevo a la realidad.
Trabajamos donde trabajamos, y si no cambiamos de lugar de trabajo se supone que es por condicionantes mayores, normalmente familiares. Nuestra empresa es la que es, pero también hay otras, aunque es evidente que en nuestros tiempos no es tan fácil cambiar. Jefes, compañeros de trabajo y pacientes son como son, y tú eres como eres, y de hecho eres el “único lugar en el mundo” sobre el que puedes intentar hacer cambios; así que: ¿a qué esperas?.
En estos momentos no pienso que dejar de ejercer la Medicina sea la solución de nada. También es verdad que la perspectiva y los conocimientos de los últimos años me han dado unas “tablas” y una seguridad muy valiosas. Pero en aquella época estaba bien convencida de mi decisión… aunque tardé menos de seis meses en incorporarme a otro centro de salud.
Si hemos dedicado más de diez años de nuestra vida a formarnos, si nuestro principal motivo para ser médicos es mejorar (que no curar) la salud de las personas, si tenemos claro que no ejercemos por estatus, economía o tradición familiar: ¿por qué dejarlo? Pues porque la responsabilidad sin corresponsabilidad cansa; porque las relaciones “desagradecidas” cansan; porque las jornadas maratonianas cansan…
Cuando acabo el día “maldiciendo mi suerte” pongo en práctica un ejercicio de reflexión: objetivo las situaciones difíciles que he tenido durante las horas de consulta. De estas situaciones difíciles, pienso en cuáles lo han sido por un problema de conocimientos y cuáles lo han sido por un problema de relación:
- Si el problema es de conocimientos, quizás ha sido porque yo no los recuerdo (toca repasar o preguntar) o porque no son conocimientos/tareas propios de mi especialidad. En este último caso Tomado de EBatega mi tarea es reconducir la consulta hacia quien la pueda resolver con más eficacia, y en muchas ocasiones son profesionales que ya trabajan conmigo: enfermería, trabajadores sociales, odontólogos, psicólogos… Y si hay que derivar a un segundo nivel y las listas de espera “echan chispas”, toca usar el correo electrónico o el teléfono. Nuevamente el problema es de tiempo, porque con todo ésto mi culo muchas veces no se mueve de la silla en siete horas…
- Si el problema es de relación me planteo hasta qué punto he influído yo en la situación: si estaba cansada, si estaba preocupada por otros asuntos, si me ha recordado a la situación vivida con otro paciente… También pudiera ser que por muchos esfuerzos que yo haga, pertenezca a ese 10% de personas que aparecen en nuestra vida y con las que “nunca” nos vamos a entender… En cualquier caso, siempre me queda reconducir la situación en la próxima consulta.
A veces el día ha sido “terrible” porque ha habido una urgencia “terrible”, lo cual afortunadamente no sucede tan a menudo. A veces el día ha sido “terrible” porque yo tenía un día “terrible”: sólo faltaba, somos humanos… Pero muchas veces, cuando objetivamos, vemos que el día no ha sido tan malo, pero mi percepción está “viciada” porque pienso que los pacientes me tienen que hacer caso, que todo el mundo tiene que ser educado, que mi jefe tiene que mimarme, que los compañeros de trabajo tienen que ser eficaces en el sentido en el que yo pienso que deben ser eficaces, que yo debo ser una “superwoman” que pueda con la casa, el trabajo y mi vida personal con una sonrisa perenne. Pues bien, ya sabemos que la vida no es así, de manera que más nos vale quitarnos las “gafas rosas” antes de que nos inunden las quejas.
P.D. Mi hijo Ignacio suele leer los post mientras los escribo. Al ver el título de éste me ha dicho: “Mamá, ¿no irás a dejar de ser médico, verdad?”, con cara de verdadero asombro. Y ha reforzado su argumento: “Es que si no, no podrás venir al cole a explicarnos cosas…”
Y para acabar, os invito a leer la publicación de Facebook de Jordi Reviriego, compañero del Grupo C&S, acerca de las cosas que puede hacer un paciente para amargarnos el día: espero que os guste.
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