Me he preguntado hace bastante rato ya, cuán
oportuna y eficaz puede ser el agendar la consulta de morbilidad aduciendo que
es lo que usuario necesita y solicita. Será
que realmente es eso lo que necesita? Y
más aún, será eso lo que espera le entreguemos? Un breve encuentro entre médico
y persona , que por motivos de tiempo, y complejidad convierten la inicial
“consulta” en un espacio donde aparecen multiplicidad de factores de índole
psicosocial que nos hacen pensar si el agendamiento en esa cantidad de minutos
(10 o máximo 15) era el adecuado para ser “resolutivos” como mide el indicador
de calidad.
Si nos remontamos a la descripción semántica de
morbilidad, encontramos que la real academia española la define como la proporción de personas que enferman en un
sitio y tiempo determinado. Entonces
pregunto: quien determina el tiempo y el sitio? La familia?, el usuario? El
equipo? El sistema?. Por otro lado, quien define si la persona está enferma o
no está enferma antes de acceder a la atención del médico? . La lógica centrada
en la persona me diría que es el mismo usuario quien define si se percibe o no
enfermo y cuál será el parámetro de tiempo que considerará necesario para
decidirse a consultar. Desde esta
perspectiva, la probabilidad que existe de agendar en un espacio pre-definido
para sujetos enfermos a sujetos que no
poseen un evento mórbido es casi de un 100%, lo que somete a ambas partes,
médico y paciente que no participan de manera conciente del proceso de
selección de su agenda, “ pues al
parecer atender y atender sin sentido” es más importante para el sistema que
atender las necesidades reales de las personas que solo se visualizan en el
espacio de confianza de la relación médico – persona, a un estado de riesgo
permanente de cometer errores involuntarios, errores de diagnóstico por la
presión de cumplir con el tiempo asignado, riesgo daño por sobre-diagnosticar a
través de exámenes innecesarios que solicitamos ante el temor de no volver a
ver a la persona o sobre-intervenir al indicarle apoyo de profesionales con la
promesa de solucionar la problemática que subyace la consulta, pero errores al
fin y al cabo que trastocan el derecho del usuario de recibir la atención de
mejor calidad, y el derecho del profesional de ejercer su disciplina en
condiciones adecuadas .
Por todo lo mencionado, hago un llamado a
repensar lo que nos sucede cuando estimamos o agendamos o programamos
“consultas de morbilidad”. La OMS en su informe del año 2008 sobre salud, ya
establece que las acciones de promocionales y preventivas ayudan a reducir el
70% de las carga de morbilidad, entonces que esperamos para que el médico, deje
de ser un simple prescriptor de medicamentos,
y tenga participación real en el equipo de salud, y que su rol deje de
reducirse a ser quien diagnostica y receta, porque les aseguro que no sana. Que
esperamos como gestores de salud para dejar de sentirnos satisfechos cuando
ofertamos “consultas de morbilidad” y empezamos a necesitar ofertar sesiones de
seguimiento por médico en atención primaria. Creo que la consulta de morbilidad
debe cambiar de nombre, pues así está nombrada
en el decreto per-cápita, y denominarse como lo que es, una atención espontánea
no programable porque es solicitada por el usuario y que por tanto requiere un acceso también
espontáneo que la atención programada no le puede entregar.
De esta forma no expondríamos a la
persona, y su familia a una atención sin
tiempo, sin espacio para explicitar las necesidades subyacentes al motivo de
consulta, para entender lo humano, lo esencial, lo cotidiano
Ana María León Romero
Médico familiar
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